
La sacristía es conocida como la “sala de las lágrimas” por las que han derramado en ella a lo largo de la historia los papas recién elegidos, tal vez por la emoción del momento, la tensión acumulada durante los días del cónclave o el peso que se le viene encima.
La “sala de las lágrimas” está cerrada al público y no forma parte del recorrido de los fieles y turistas que diariamente visitan la Sixtina.
En sus paredes hay numerosos rastros de frescos, pinturas que destacan entre el blanco de las paredes.
Está amueblada con una mesa, sobre la que hay una pequeña imagen de la Virgen con el Niño, y un sofá de terciopelo rojo.Un gran crucifijo, tipo pastoral, de pie, forma parte de la decoración.