(RT) - La mujer, madre de dos hijas, trabajaba como peluquera y un día en 2004 una de sus clientas contó de lugares donde inyectaban silicona muy barata. Brown, que desde su juventud sufría mucho por su 'trasero de tabla', soñaba con unas nalgas grandes. "En una fracción de segundo tomé la decisión de que iba a ir donde esta mujer y dejarle inyectar silicona en mi trasero", dice la estadounidense.
Pagó 1.000 de dólares por dos inyecciones, que fueron aplicadas en una casa, no en un hospital. "Yo no hice ninguna investigación. Una combinación de ingenuidad, confianza fuera de lugar y la inseguridad me llevaron a tomar esta decisión desastrosa", explica la mujer.
Resultó ser que el líquido inyectado no era silicona para uso estético, sino sellador de baño o silicona industrial.
Los dos años siguientes la zona inyectada se puso dura con la piel ennegrecida. "Entendía que algo no estaba bien. Pero la vergüenza me detuvo a buscar ayuda médica. Entonces comenzó un dolor punzante. Tuve que decirle a mi médico lo que hice. Estaba tan avergonzada", cuenta Brown. Pasó los siguientes cuatro años en constante dolor. Dos cirujanos le dijeron que era demasiado peligroso quitar esa silicona.
En 2011 apareció un agujero en su trasero, posiblemente, por una infección. Los médicos la pusieron en coma inducido por dos meses y amputaron las nalgas.
"Me salvaron, pero se desarrolló una gangrena en mis manos y pies. Mis manos parecían las de una persona muerta. Supe entonces que iba a perderlas", dice Brown. Sus piernas y brazos fueron amputados.
"Lloré un mar de lágrimas. Tuve que enfrentar el hecho de que perdí mis manos, los pies y las nalgas debido a las complicaciones de las inyecciones en mi trasero. Me sentí abrumada por la vergüenza y la culpa ... todo porque quería una parte inferior más grande", cuenta la mujer.
Hoy se dedica al triatlón y a contar la historia de su vida: "Quiero advertir a los demás de los peligros de la cirugía en el mercado negro. Nacimos completos, perfectos e íntegros".