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Trayvon Martin, de 17 años, salió a comprar dulces y un refresco la noche del pasado 26 de febrero. Al regresar, un vigilante voluntario se fijó en él. George Zimmerman llamó a la policía y le identificó como un negro “muy sospechoso”, que parecía que “iba drogado o algo”, encapuchado y caminando en medio de la lluvia.
El escándalo saltó en apenas tres semanas desde Sanford, una pequeña localidad de Florida, al resto del país, con manifestaciones en Miami, Nueva York, Washington o Chicago. “Hemos escuchado historias horribles a lo largo de nuestras vidas, pero ésta te toca muy de cerca”, explica Sherry Smith una de las participantes en una concentración celebrada en Washington el sábado último.
“Es triste, ocurre tantas veces que te acabas acostumbrando”, comenta Fred Roiley, otro de los protestantes, con la cabeza cubierta. Roiley afirma que un día tendrá que explicar a su hijo, de cinco años, por qué murió un adolescente negro, desarmado, por el disparo de un blanco que le consideró una amenaza. “Estos sucesos siempre se repiten. No queremos justicia solo para Trayvon, también para todos los jóvenes negros que mueren innecesariamente”.