
El jueves, a esa hora, Obama apareció de manera muy solemne para anunciar una decisión que bien habría preferido evitar: su país volvería a lanzar una operación militar en Irak por primera vez desde de la retirada de su tropa en 2011.
El regreso, aclaró Obama, no sería con soldados de combate en el terreno sino con ataques aéreos dirigidos contra los militantes del Estado Islámico (EI) que se acercaban a la ciudad de Erbil, donde está radicado personal estadounidense.
No pasó mucho tiempo antes de que el anuncio del mandatario se transformara en hechos concretos: temprano el viernes y luego ese mismo día en la tarde, el Pentágono confirmó las primeras incursiones aéreas contra piezas de artillería móviles, posiciones de mortero y un convoy de EI.
Esos ataques convirtieron a Obama en el cuarto presidente consecutivo de Estados Unidos que ordena incursiones militares contra Irak y marcaron un cambio de rumbo notorio para un mandatario que ha apostado su capital político a terminar guerras, no a involucrarse en ellas.
Protagonismo reducido
Irak es para el presidente uno de los elementos fundamentales y, por ello, más sensibles de su política exterior.
Cuando era senador demócrata, se opuso a la intervención de su país en 2003 bajo el gobierno de George W. Bush y luego, en su carrera a la presidencia, prometió terminar esa guerra en la que participaron más de un millón de estadounidenses y murieron unos 4.500.
El primer día en la Casa Blanca ordenó una revisión exhaustiva de la estrategia en Irak y menos de tres meses después realizó su primera visita al país.
El objetivo político personal era claro: sus decisiones sobre Irak le ayudaron a distanciarse de su antecesor y comenzar a marcar su propio estilo como presidente.
Para Obama, terminar la guerra no sólo era "una de sus prioridades de seguridad nacional más importantes", como él mismo dijo cuando anunció la retirada de su tropa, en 2011.
Sobre todo era una forma de ejemplificar el papel que, en su opinión, su país debía tener a nivel mundial: un protagonismo más reducido que implicaba compartir las responsabilidades de liderazgo con otras potencias y, sobre todo, no involucrarse siempre que hubiera un conflicto.
El autor Stephen Sestanovich, en su libro Maximalist, calificó esa postura como un "atrincheramiento", una disminución de la exposición internacional del país.
El Premio Nobel de la Paz que Obama recibió en 2009 -prematuro para sus críticos, pues apenas comenzaba su mandato- no hizo sino aumentar la presión en Obama y convencerlo aun más de la necesidad de desmilitarizar, hasta donde le fuera posible, su política exterior.